La historia de Mony

Nacido en Canadá en una familia libanesa inmigrante, pasé mis primeros años entre Canadá y el Líbano mientras mi familia decidía dónde quería plantar sus raíces. Con el estallido de la guerra civil libanesa en 1975, mi familia regresó a Canadá, donde completé mis estudios formales con una licenciatura en ciencias y un MBA. Este último allanó el camino para una carrera en ventas y marketing en la floreciente industria del software de la década de 1990.

 

Hablar de guerra y paz era la norma en nuestro hogar y la comunidad libanesa de la cual formaba parte marginal. Crecí creyendo que la lucha armada era un medio justificable de derrotar a la tiranía y la opresión, y estaba más interesado en la justicia que en la paz, creyendo que el único camino hacia lo segundo era a través de la primera.

 

Mi floreciente espiritualidad me hizo cuestionar esas creencias. "¿Qué es la paz? ¿Qué es la justicia?" Reflexioné. Sabía que la guerra no era la respuesta, pero la paz parecía tan nebulosa. Quería dedicar más tiempo a esto y a mi búsqueda espiritual en general, pero las demandas del competitivo mundo empresarial lo hacían imposible.

 

Entonces, en el otoño de 2000, abandoné mi carrera y comencé en serio mi búsqueda del Yo. Solo tenía un boleto abierto por un año y el deseo de explorar mi mundo interior tanto como el exterior.

 

Viví en Egipto durante tres meses y viajé por el Mediterráneo como turista, hasta que me encontré como peregrino caminando solo por el Camino de Santiago medieval en el norte de España. El camino de 800 km reveló un profundo anhelo de paz en mi propia alma, y ​​plantó la semilla para embarcarme en una peregrinación por la paz de 5000 km 13 países y 13 meses desde Roma a Jerusalén. "La paz comienza en el interior", proclamé a lo largo de mi viaje. Esa creencia se pondría a prueba una y otra vez. Llegaría a comprender que el único viaje que puede traer la paz que tanto deseamos en el mundo es este interior engañosamente simple, pero difícil de alcanzar. La paz que buscamos en el mundo no puede aparecer hasta que su llama se encienda por primera vez en nuestros corazones. Es una fuerza divina que susurra suave pero insistentemente, empujándonos cada vez más hacia los oscuros recovecos de nuestras almas, derramando su luz curativa y liberándonos de nuestros miedos.